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Duele. Lo siento. Aquí estoy, contigo.

Ayer murió el papá de una de mis amigas más queridas. Tenemos toda la vida de conocernos, casi 25 años de querernos y no creo que tengamos más de 25 fotos juntas en toda nuestra historia.

-Manita, acaba de fallecer mi papá- decía el mensaje que me ha dejado el corazón apachurrado desde que lo leí .

Me recordó una carta que le escribí cuando estábamos en la secundaria y su abuelita estaba muriéndose un día si y el otro no.

No sabíamos cuándo se iría, porque después de estar gravísima de pronto se ponía bien.

La carta empezaba diciendo:

Uno de estos días de uno de estos meses de uno de estos años.

Yo ya había perdido a mi abuelo en ese momento y podía conectar con la tristeza que estaba por llegarle. El mensaje era largo, escrito a mano en un permiso que pedí para ir al baño y que usé para escribirle recargada en una de las vigas que hacen una V en la explanada de nuestra gloriosa Escuela Secundaria Federal Plan de Ayutla.

El mensaje con muchas mas palabras se resumiría así: duele, lo siento, aquí estoy contigo.

No dejo de pensar en ella, en su pérdida, en su nuevo hueco y de alguna forma por retazos del día y la noche su agujero se siente también en mis entrañas, su tristeza aquí me alcanza y la comparto.

Un océano nos separa y aun siento que estoy allá con ella. En nuestro pueblo se despide a la gente en un evento que podría parecer fiesta, y ¡qué bueno!, celebramos la vida que vivieron mientras lloramos su partida. Hay comida y bebida y a veces hasta música, también hay llanto y rezos y velos y velas.

Estoy aquí, pero estoy allá con ella, toda la noche en la última velada del cuerpo de su papá en esta tierra, sirviendo o repartiendo el pozole, rezando casi en trance los rosarios de la madrugada, yéndome a cambiar rapidito para empezar el siguiente día, hoy, el día en el que mi amiga va a despedirse del cuerpo de su papá y va a tener que resignarse a no verlo más.

Duele.

Pienso en ella, en sus hermanos, en su mamá y en sus hijos pequeños que perdieron a su abuelo y no puedo evitar preguntarme si el dolor se fracciona y se comparte.

Hace unos años cuando yo atravesaba un momento de tristeza, me habló mi tía quien no tiene especialidad en mimos y arrumacos, pero sí en constancia, apoyo y cariño. En su llamada corta y al punto, me dijo que estaba conmigo, que mi tristeza era también de ella y de los que me querían. Me dijo que las penas son como un muro enorme de concreto que hay que cargar, pero que ella estaba cargando un pedazo de ese muro conmigo y que, así como ella muchos, que así pesaría menos.

Me dio confort saberme así de querida, como su llamada hubo otros gestos de sostén de mi gente, los de siempre, los constantes y sonantes.

No sé si cargaban conmigo, pero estaban.

¿Se podrá fragmentar el dolor y compartirlo? ¿Mi tristeza compartida aligerará la de ella? ¿Hará más llevadera su carga?.

Cada vez que he sentido tristeza por alguien que quiero y que está atravesando una pérdida, ¿estaré ayudándole a cargar?

Tal vez en esos días en los que una tristeza inexplicable nos estruja el alma, alguien a quien amamos está en medio de la ola, cruzando una tristeza enorme que no sabemos y nuestras neuronas espejo sin saberlo se conectan y sentimos con ellos y sentimos por ellos y así su carga se hace menos.

Y lo mismo al revés, nuestra tristeza en algún lugar del mundo aun sin que lo hayamos pedido, está siendo cargada por los corazones de quienes nos aman y nos ayudan y nos sostienen.

Amar y ser amado tal vez hace eso, multiplicar las glorias y redistribuir las penas.

Ojalá que sí, pero tal vez no.

Tal vez ante las pérdidas de los otros, nosotros también perdemos, pero eso no rellena sus huecos, eso no cierra sus heridas, ni apaga el incendio de su dolor, ni aligera su carga por más que lo intentemos.

Tal vez la tristeza ni se comparte ni se fragmenta, se siente y se atraviesa, si es que.

Y se puede atravesar sostenido, pero se tiene que atravesar.

¿Se deja de sentir? No sé, yo aún echo de menos a mis abuelos. Es cierto, ya casi nunca con tristeza, pero pensar en cómo me hubiera gustado que conocieran y abrazaran a mi hijo a veces me deja el corazón suspirando. Wishful thinking, magical thinking le llaman, tan dañino e inevitable.

Tal vez lo único que nos queda es reconciliamos con nuestra humanidad y resignarnos a que las cosas son como son y aún el más grande de los deseos no puede hacer la realidad distinta.

Lo siento.

Es tan poco lo que controlamos y qué malo, y qué bueno.

Qué bonito es vivir. Pero qué doloroso es vivir, sobre todo cuando a quienes amamos dejan de estar aquí, en lo tangible.

Qué bonito es vivir. Pero qué doloroso es vivir sobre todo cuando la gente se despide y la realidad se va desdibujando o redibujando, se mueren ellos y pareciera que se va muriendo el pasado y un poquito de nosotros.

¿A dónde se van?

¿Nos volveremos a encontrar?

¿De qué manera?

¿En qué estado?

Tantas preguntas, siempre tantas preguntas.

Tal vez la tristeza no se fragmenta, pero el sentirnos acompañados nos trae una bocanada de aire en medio de esa revolcada, de ese ahogamiento.

Pienso en las velas que he prendido para acompañar las pérdidas de quien quiero a la distancia, de sus padres, hermanos, parejas, de sus hijos.

Aquí estoy, contigo.

Y no sólo se pierde a la gente, se pierden los sueños, los planes, la idea de la vida que creímos que tendríamos y todas raspan, todas duelen, pero nada nunca, como perder a quienes amas.

Aquí en mi casita, mientras escribo esto y prendo una vela para tu papá pienso en ti y con una gran tristeza cargo una piedrita, no sé si de tu muro, o del mío. Despido a tu papá en la imagen que tengo de él levantando las cejas al saludarme y su sonrisa que se parece a la tuya.

Duele, lo siento, aquí estoy, contigo.

Clo.

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